Hubo una vez una maravilla que se llamó Cine Clásico.
Casi toda provenía de un lugar llamado Hollywood y era obra de un grupo de feroces negociantes que contrató a otro grupo de inmensos creadores. La mayoría eran inmigrantes en América. La mayoría eran judíos. Fundaron grandes factorías llamadas Estudios y produjeron miles y miles de películas. Obras maestras, obras correctas, obras mediocres, simples bobadas... pero hechas todas con una maestría de técnica y estilo que las convertía en la cumbre del arte narrativo popular.
Tanto los negociantes que las producían, como los creadores que las realizaban dependían de otro grupo que ellos mismos habían hecho nacer: las estrellas. Hombres y mujeres que actuaban mejor o peor, pero que enamoraban a la cámara, seducían al público y eran el verdadero espectáculo, en la pantalla y fuera de ella.
El Cine Clásico duró unos cincuenta años. Nuestros padres lo vieron nacer y nosotros lo vimos morir. Pues, aunque siempre se seguirán haciendo magníficas películas, a finales de los 70 desaparecieron los grandes Estudios, esa mezcla única de codicia, vanidad, esfuerzo y talento que producía un tipo irrepetible de film comercial.
De esa época aun quedan, como estatuas muy deterioradas, algunas personas vivas que fueron estrellas. La última de las grandes, Elizabeth Taylor, nos ha dejado hace unos meses. El próximo sábado le rendiremos homenaje en nuestra tertulia de Cor Literari. Repasaremos su biografía y, sobre todo, su filmografía. Veremos algunos fragmentos de sus películas y contaremos la historia de 'Cleopatra' la película que simboliza la desaparición del viejo Hollywood.
Y, como mejor modo de enriquecer el debate, os aconsejamos que cada uno vea, si tiene ocasión, alguna película de Liz Taylor y comparta con todos su opinión y su recuerdo.
José María Alvarez
viernes, 24 de junio de 2011
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