martes, 30 de septiembre de 2008
Los girasoles ciegos
Los girasoles ciegos, película de José Luis Cuerda, con guión de Rafael Azcona, basada en dos de las historias del excelente libro del mismo título de Alberto Méndez (uno de cuyos relatos quedaría finalista en el Premio Internacional de Cuentos Max Aub de 2002), nos muestra y habla del tiempo inmisericorde de nuestra posguerra; del poder absoluto de los vencedores y de los mecanismos de autojustificación individual para librarse de la responsabilidad de su oscuro ejercicio; de cómo ideas y creencias sirven para enmascarar la imposición de deseos personales de dominio y posesión. En el caso que nos ocupa es el deseo sexual de un joven diácono que ejerce como maestro, hacia la madre de uno de sus alumnos y cuyo marido, un intelectual republicano, sobrevive encerrado en un zulo improvisado en su mismo piso.
Cabría aquí hablar brevemente sobre cine y literatura; o mejor dicho, del cine sobre la literatura. La recurrente frase me gustó más la novela que la película, parece inevitable cuando vemos en imágenes una historia leída, quizá porque en el acto de la lectura se produce en nuestro imaginario algo así como una cierta filmación de la historia. Y no hay director que supere nuestra capacidad de fabular. Hay tantas películas de una novela como lectores a tenido la historia.
Pero película y libro son experiencias bien distintas. La palabra conforma un universo que, aun intentando ilustrarlo frase a frase, la imagen no logrará traducir con la misma naturaleza. Nunca será lo mismo la descripción literaria de un paisaje o un personaje que su visualización. La evidencia empobrece no pocas veces el inventario narrativo cuando quiere apropiarse literalmente de su discurso. Sólo un acto de traslación sustancial, algo así como de apropiación del alma de lo narrado logrará llegar al fondo de la historia escrita. Un ejemplo se da en la película comentada, en la escena en la que el diácono cambia la sotana por el uniforme militar, decidido a abordar a la madre de su alumno, objeto de sus deseos, escena que no se da en el libro. En ese cambio de indumentaria queda expuesta la utilización del poder de la fuerza, cuando el hábito sacerdotal no había dado el resultado apetecido. Así lo dicho (en el relato) y lo visto (en la película) alcanzan la misma estatura.
Todos aquellos hijos de vencidos que vivimos los tiempos de Los girasoles ciegos, tuvimos también un padre encerrado en un zulo de silencio, una madre hermosa asediada por la obscenidad de una doctrina fundamentalista que utilizaba el miedo para el sometimiento de la dignidad y que tendía su viscosa mano a los niños para que besáramos su pecado.
Antonio Martinez Daitano
Este será el tema de latertulia de noviembre (15-11-08) que presentará y moderará el propio Antonio Martínez
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